sábado, 12 de julio de 2014

MOMENTOS




Cada época del año tiene algunos momentos mágicos que considero íntimos, especialmente gratificantes y muy personales.

Así, por ejemplo, disfruto de las tardes de domingo en los fríos inviernos cuando, armado “..con pijama, padrenuestro y orinal…” y con un ABC, cuya facilidad de manejo para su lectura previa suponen una gran ayuda; me dispongo a echar una bendita siesta que durará -como mínimo- dos horitas… Siesta que hasta que el prestigioso psiquiatra Rojas Marcos –español él, como no podía ser de otra manera- alabara como recurso saludable, siempre me fue reprendida por mi suegra y mi señora como algo “.. que me iba a sentar muy mal..” , objetándoles yo, por mi parte, que la siesta, como el aceite de oliva, las sardinas o el chocolate no podían ser malos…¡ imposible,.. vamos !. El tiempo me dio la razón… que mi suegra y mi señora –tan majas ellas - siguen sin reconocerme.

Del otoño, pocos momentos tan especiales como los paseos por la playa un día de levante, esos en los que Melilla adquiere un gris especial y el horizonte parece acercarse a la arena junto a la espuma de cada ola,... más aún cuando cae además una lluvia apacible………Y es que una vez acostumbrados a la humedad se despiertan una serie de sensaciones que nos llenan de una alegre melancolía, sentimiento éste muy difícil de explicar. Y que decir de esos paseos que llenan mis sentidos cuando cogidos de la mano, igual que cuando éramos novios, los hago acompañado de mi novia de ahora, la misma de antes, la de por y para siempre,….mi mujer; resguardándonos los dos de la lluvia bajo un mismo paraguas …… y faltándonos manos para comernos unas castañas pilongas recién asadas .

En primavera,…ella en sí misma es todo un momento y cada año me reserva una sorpresa, una travesura, ….como si fuese una niña pequeña cuya presencia nos llena de alegrías y esperanzas en tiempos mejores para todos. Esa primavera de los olores, los olores a jazmín, a la vida que se renueva, y, cómo no, el olor a incienso de “mi” Semana Santa, esa que recorre las calles de los barrios tras un Cristo o una Virgen sin más adornos que la talla que esculpió la gubia de un artista y la fe de la gente humilde que la acompaña, llenándola de sentimientos.....

Pero es el verano, sin lugar a dudas, la estación más rica del año en esos momentos mágicos, y no sólo por el hecho de disponer de vacaciones “divinas”, perdón, docentes, sino por muchas y variadas razones. Pues es en verano cuando, para mí, existe uno de esos momentos que no cambio por ningún otro del año: la caída del sol desde mi terraza acompañado por el trino de las traviesas golondrinas junto al juego de luces que entre el Gurugú y el Zoco forma el sol poniéndose…… inenarrable. Si a todo ello unimos la frescura natural de la intemperie de la tarde, el azul celestial con una luna que irá brillando cada vez más a medida que el cielo se oscurece, las tenues luces que comienzan a encenderse en las terrazas vecinas y el apetitoso olor a pinchitos, sardinas o langostinos que saltando de una a otra se derrama por estas alturas, nos encontramos ante una situación de estimulación de todos y cada uno de los sentidos de la forma más maravillosa que conozco. Todo ello, con el castillo del Gurugú recortándose al fondo como mudo testigo del día y la noche melillense.

Por ello es frecuente que “me arroje” en una hamaca y con la vista puesta en el cielo contemple ensimismado como se va llenando de estrellas mientras mi mente se deja llevar por un mar de sensaciones ………

Y entonces llegan los recuerdos………

Recuerdos de cuando era un niño y a esas mismas horas en el barrio nos sentábamos familiares y vecinos a la puerta de las casas “..a tomar el fresco..” en aquellas sillas de anea los mayores y los pequeños en los escalones o directamente en la acera. Me encantaba escuchar las historias que aquellas personas prodigiosas e inigualables relataban de manera sentida y armoniosa, a veces en voz baja con miedo, experiencias de una vida muy difícil sobreviviendo a guerras, postguerras, represiones, hambre y miseria………..Aún me parece sentir el frescor natural del agua del botijo, el sabor de aquellos tomates, la dulzura de aquellas sandias que compartíamos y compartían porque allí éramos todos gente de la calle, del barrio ………

Recuerdos de cuando era un jovencito adolescente y me sentaba a esas mismas horas, en otro barrio, a mirarle los ojos a aquella niña…. ” ..unos ojos para perderse en ellos…” me atreví a decirle un día. Y desde entonces, bendita la hora, navego con ellos por los mares de la vida.

Recuerdos de cuando mis dos hijos eran niños pequeños y mi mundo se paraba o aceleraba al ritmo de sus miradas ingenuas y puras, sus sonrisas o sus llantos.

Recuerdos de tantas y tantas cosas compartidas, disfrutadas o desgraciadamente sufridas con la gente que quiero y me quiere.

Y sin quererlo se da uno cuenta que merece la pena vivir, que a pesar de tantas incógnitas, tantos sinsabores, tantas lágrimas, ……. siempre son más las sonrisas, las caricias, los “..te quiero..”,…..Y uno da gracias al Dios –o lo que sea- y sólo suplica seguir compartiendo un tiempo más esos momentos ……… ¡¡¡ merece la pena !!!


No hay comentarios:

Publicar un comentario