domingo, 5 de abril de 2020

LAS LLAVES Y EL CABALLO DE CARTÓN.

Cuando echo la vista a atrás, cosa muy normal en los que hace ya algunos años superamos los sesenta, aparecen en el recuerdo decenas de personas mágicas que he tenido el privilegio de tener a mi lado. 

Desde estos “apuntes” he hablado en muchas ocasiones de ellos como una forma de homenajearlos y mostrarles mi infinito agradecimiento. Hoy voy a relatarles una anécdota que aunque no recuerdo haberla vivido claramente si me fue contada centenares de veces como una muestra de lo travieso que era ya desde muy pequeño… 

Mi familia era muy pobre, viéndonos hoy día nadie podría adivinar las miserias y hasta el hambre que pasó mi familia. Como muestra de ello he decir que nací en una casa de dos habitaciones … sin servicios y con una cocinilla que era más bien un pequeño armario empotrado de una sola puerta. En ella vivían mis abuelos maternos,  mis padres y yo. Para empeorar la situación, mi abuela Juana era paralítica. 

Tendría yo como tres añitos y aquellos Reyes me habían traído un viejo caballo de cartón que mi abuelo Paco había comprado de segunda mano en no sé bien que sitio. A mí el que fuera de primera o segunda mano y le faltara un trocito de oreja me traía sin cuidado porque según me cuentan me pasaba el día “sin romper nada” subido en el caballo de cartón y gritando: 

-¡¡ Ade… ade… aallo...ade aallo !! 

Una de aquellas tardes, como era habitual, mi otra abuela vino a visitarme y me trajo unos caramelos de chocolate que yo devoré dicen que hasta relamiendo el papel. Mi abuela Vicenta vivía cerca de la playa y tenía una casa muy grande donde un servidor disfrutaba como un conejo explorando por los lugares más insólitos... y haciendo travesuras. Desde su casa hasta donde yo vivía había un buen trecho, una cuesta muy empinada y… no había autobuses. Con esto mi abuela Vicenta hacía por visitarme todas las semanas y cuando llegaba a casa casi, casi, había que hacerle una reanimación cardiorespiratoria. 


Aquella tarde, después de reponerse, tras jugar un buen rato conmigo y contarme cuentos con aquel acento maño tan extraordinario, me dejó junto al caballo y se puso a hablar con mi madre y mi otra abuela de sus cosas…Al rato, llegó mi padre con el mono de trabajo cubierto de grasa y tras los saludos se puso a contar no sé bien que cosa del trabajo. Y así llegó el momento de que mi abuela Vicenta tuviera que marcharse para lo cual cogió su bolso y repasando su interior exclamó: 

-¿Dónde están las llaves de mi casa…? - Y ahí empezó el drama… 

Tengo que aclarar que por entonces eso de tener varias llaves de las casas no era al uso y que de la casa de mi abuela sólo había una llave … Y así toda la familia se puso a buscar las llaves de la casa de mi abuela… 

-¿Habéis mirado bajo la mesa… mira en la cocinilla… no estará bajo la cama…? Fueron repitiéndose como posesos hasta que alguien hizo … "la pregunta": 

-¿Carmelín, … tú sabes dónde están las llaves de la abuela? 

-Aallo – contesté yo rápido y con cara de no haber roto un plato… 

-No, hijo, caballo ahora no… ¿has visto las llaves de la abuela? - dijo mi padre. 

-Aallo, aallo

-¡¡No, ahora no hay caballo, ahora las llaves de la abuela!! – gritó mi madre que cuando se ponía de mal genio era para empezar a correr. 

-Aallo, mamá, aallo – dije poniendo un puchero. 

Y así un buen rato para cada vez mayor desesperación de los adultos y acompañamiento de llantos míos. 

Ya habían empezado a hablar de tener que tirar la puerta o llamar a un vecino que antes había sido ladrón pero que a raíz de la Guerra Civil se había hecho cerrajero, … Pero una vez más fue la inteligencia e intuición de mi padre lo que salvó aquella situación pues no se le ocurrió otra cosa que coger el caballo en peso y agitarlo… ¡¡¡ y empezaron a sonar cosas en su interior !!! entre ellas el sonido de unas llaves… 

Había pasado que un servidor, en mi inocencia, usaba el caballo de cartón no sólo para montarlo sino para guardar todo lo que me encontraba… entre ellos las llaves de mi abuela que hábilmente introduje por la oreja rota del caballo… 

Con la habilidad que le caracterizaba, mi padre fue sacando todo lo que había dentro del caballo: un peine, un pendiente de mi madre, dos piedras, no sé cuantos muñequitos, unas chapas, una cucharilla y por supuesto las llaves de mi abuela. También apareció un duro, una moneda de cinco pesetas, que nadie supo de dónde la había sacado pues hacía mucho tiempo que esas monedas “no visitaban” la casa. 

Y yo con una sonrisa de oreja a oreja, miraba a todos y les gritaba: 

-¡¡ Aallo… aallo !! - como diciéndoles que ya se los había dicho yo pero que no me hacían caso. 

El caballo de cartón sólo sobrevivió unos meses más…

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