jueves, 29 de marzo de 2018

TRES JUEVES, TRES ABUELAS....

“Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión”. Con tales palabras me despertaba mi abuela Vicenta cuando yo era pequeño tal día como hoy, y no sé bien si por esta razón o por otras muchas tengo la personal sensación que este Jueves en que los católicos, al menos formalmente, se acuerdan de que lo son, es un poco el Jueves de las Abuelas…..Por falta de amor no sería porque si hay alguien que iguale – e incluso supere – el amor de una madre esa es sin duda la abuela, ….madre dos veces. Vaya pues mi homenaje a todas las abuelas que han sido, son y serán. Pero antes permítanme la modesta y humilde licencia de que les escriba sobre mis abuelas que como los jueves con los que empezaba este relato, fueron tres.

La primera abuela de la que tengo conciencia es de mi abuela Juana pero desgraciadamente sólo conservo un recuerdo vago aunque cálido y lleno de cariño. Para mi abuela Juana yo era “su” nieto y no sólo porque era un niño guapo con una cabeza llena de rizos rubios ( hay que ver como se estropea uno con los años….) sino porque yo era “su” Carmelo, el recuerdo vivo del hijo del mismo nombre que perdió en la mar y que le provocó aquella parálisis que la dejó ya para siempre dependiente y en silla de ruedas. Recuerdo su luto, su extraordinaria entereza para una vida llena de amarguras y miserias, una MUJER con mayúsculas de la que sin duda mi madre heredó muchas cualidades. Si recuerdo bien de ella cuando mi padre la subía en alguno de aquellos coches prestados o por el parque Hernández en algún paseo….pero sobre todo la recuerdo en su dormitorio oscuro de aquella casa minúscula, ...en la cama, sin una radio o una televisión, ...horas y horas sólo acompañada por alguna de sus hijas, en una pobreza infame e injusta. Yo no sé si habrá un paraíso pero si sé que si lo hay mi abuela Juana estará en él por méritos propios. 


Pero si es por recuerdos, por emociones compartidas, por los valores que me transmitió y enseñó,….. mi abuela fue sin duda mi abuela Vicenta. Maña recia de Belchite que vivió y murió queriendo y añorando al Aragón de su alma y con ella a su Virgen del Pilar. Si mi abuela Juana era todo humildad, mi abuela Vicenta era señorío, orgullo, nobleza y hasta elegancia dentro de sus pobres recursos. Su vida estuvo marcada, y de que forma, por la maldita Guerra Civil en la que perdió todo: casa, tierras, amigos, …. y hasta su pobre hermana que fue ejecutada estando embarazada por el terrible delito de estar casada con un republicano. Cuando contaba los horrores de aquella Guerra lo hacía siempre sin odio alguno pero nunca podía evitar llorar, lágrimas que ahora con el tiempo comprendo y entiendo mucho más que entonces y que, aunque sólo fuera por ellas, me hacen maldecir cualquier guerra o actos violentos. Tras la Guerra se vio en la obligación de emigrar bien lejos de su querida Zaragoza y por iniciativa de un cuñado comandante de Falange, que los protegió de las insidias cobardes y envidias miserables de sus propios vecinos buscándoles trabajo en Melilla, recabaron todos en esta Ciudad que bien pronto hicieron tan suya como las propias y en las que para empezar pasaron no pocas penurias….entre ellas mucha hambre. Siempre enlutada pero sin una arruga o la más mínima mancha o desperfecto en sus ropas, con su moño bien colocado y peinado, con unas gotitas de algún humilde perfume y su Virgen del Pilar en el pecho mi abuela Vicenta recorría nuestras calles saludando a vecinos y amigos que aún hoy día me recuerdan “a la señora Vicenta...” por su educación, bondad y solidaridad con todo aquel que la necesitara. Mi madre adoraba a su suegra Vicenta y todavía cierro los ojos y las veo cogidas del brazo paseando o en la cocina con unos delantales puestos. Mi abuela Vicenta me dejó muchas cosas, muchas más de las que ella jamás llegó a imaginar pero sobre todo me dejó algo que me enorgullece: el que cada vez que oigo una jota aragonesa algo se mueve dentro de mí y tengo que apretar bien fuerte los dientes para que no asome en ellos unas lágrimas. 



Mi tercera abuela en realidad fue la abuela de mi mujer: Doña Joaquina. Y para empezar tengo que decir que su vida fue digna de ser novelada. Vivió no se cuantas guerras, sufrió lo indecible y estuvo a punto de perder la vida unas cuantas veces teniendo aún tiempo para salvar la vida de otros. Emigró primero a Argelia y luego a Francia, en la primera le tocó el periodo de la independencia y otra guerra cruel, sanguinaria que la marcó para siempre. Vivió muchos años en Paris y hasta se convirtió en una parisina más, trabajando a destajo, dándolo todo y sola, siempre sola, soledad que muchas veces ella misma buscaba por su propio carácter singular ….pero solidario, humano, generoso, …. Para mí era un aire de libertad cuando la conocí en los años 70 apenas empezaba yo a conocer a la nieta de sus ojos. Aquella mujer venía de un mundo, nos hablaba de un mundo que nada tenía que ver con aquella España en blanco y negro de intransigencias en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida. Eran tiempos en los que yo no terminaba de entender y sorprenderme con sus opiniones radicales sobre la política en Francia o sus discusiones con mi suegro sobre la falta de libertades en España….Ni pocas veces me reí cuando mi suegro decía : “..esta mujer va a hacer que nos metan a todos en la cárcel..” y lo decía más que convencido. Joaquina nunca vivió para ella, siempre vivió para los suyos, para su hija y sus nietos. Y como reza su lápida fue una inmensa luchadora que jamás se rindió ante nada ni ante nadie. 



Grandes mujeres mis abuelas a las que me faltan, como tantas otras ocasiones en mi vida, palabras para darles las gracias. Ejemplos de la inmensa valía de unas mujeres en tiempos muy difíciles en los que no pocos hombres muy machos ellos no dudaron en derrumbarse o rendirse. Van por y para ellas mi agradecimiento y mis oraciones. Ojalá fuesen ciertas todas las palabras de los Evangelios y la fe que ellas tenían porque entonces tendría el consuelo de saber que mis abuelas están “ a la diestra de Dios Padre...”.

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