jueves, 4 de julio de 2024

Hermanos Regulares

 Miro el reloj. Ya casi es la hora. La puntualidad es una de las virtudes castrenses. Saco del armario la percha en la que he colgado antes cuidadosamente el uniforme. Me pongo la camisa que nada más rozarme la piel me devuelve tantas ilusiones de juventud. Apenas me pongo el pantalón, esta vez de color gris como el poco cabello que me queda en la cabeza, me miro al espejo y vuelvo a sentir el orgullo de aquel primer día en el que hace más de cuarenta años me puse por primera vez un uniforme.


El color garbanzo de la camisa y el creciente lunar con los fusiles cruzados en los picos del cuello me llenan de orgullo. Sobre los hombreras rojas, unas estrellas de seis puntas me recuerdan cuanto me costó conseguirlas y cuanto pesa la responsabilidad de tenerlas.

La chaqueta azul marino con el escudo de mi Hermandad cerca, muy cerca, del corazón contradice algo aquellos extraordinarios versos de Calderón pues en esta ocasión, no es que lo sospeche, es que es una realidad que “...el vestido adorna al pecho…”. Los años no pasan en balde…

Para completar mi uniformidad de veterano falta lo más característico, tal vez lo que más nos enorgullece y, si es posible, ennoblece… pero ese, de momento, todavía no me lo pongo.

En el coche pongo una pequeña colección de marchas militares que ejercerán el efecto de acallar mis artrosis o mi dolorida espalada. Ya en el aparcamiento me pongo lo que había reservado hasta el último momento: nuestra prenda característica de cabeza, ese rojo tarbush que parece lanzar el grito de ¡Me atrevo! de los leales Regulares.

Mis compañeros me esperan. La mano se eleva marcial y correctamente al primer tiempo de saludo… como hace mas de cuarenta años. Pronto, la camaradería, el afecto, la amistad, el compañerismo que forjó el sagrado juramento a la Bandera que tanto nos une, hará sus efectos. Es el momento de las fotos… y de las ausencias. De vez en cuando, veo a algún hermano mirar al Cielo. No hace falta que diga nada… los echamos de menos aunque siempre sigan pasando lista de presentes entre nosotros.

Toque de llamada, hemos de ocupar nuestro puesto en el acto. Allí, en fraternal camaradería, verán mezclados los tarbush con los chapiris y las boinas azules con las celestes. Tras el saludo militar de ordenanza llegan los abrazos, los sentimientos que unen a quienes juraron derramar su sangre por España, con ellos las risas o el chascarrillo. Hasta que suena atención en el cornetín de órdenes. Todos adoptamos la posición de firmes. Sentimos que los años no han pasado, que dentro de nosotros sigue igual aquel muchacho que por primera vez aprendió esta marcial posición.

Empieza la revista y con ella los actos. El arriado de Bandera nos saca lo mejor de nosotros mismos. Por Ella, lo daríamos todo… antes y ahora.

Suenan los cornetines de órdenes de todas las unidades de la Comandancia General de Melilla. Las mismas consignas, la misma emoción. Luego entonamos “La muerte no es el final”. Miro al Monumento a los Héroes de las Campañas, concretamente a ese soldado en bronce en eterna guardia al Gurugú. Y entonces, llega al agradecimiento. El agradecimiento a tantos jóvenes, tantas vidas que quedaron para siempre en esta tierra, tanta sangre derramada generosamente para que aún hoy día y para siempre, la Bandera Rojigualda siga ondeando orgullosa en nuestra tierra. Y siento otra vez el compromiso, el compromiso que me une a lo que representa ese soldado en bronce, siempre atento, con el arma dispuesto a defender su Bandera… No los podemos defraudar. Ellos, que lo hicieron a lo largo de los tiempos, están también en ese momento formados con nosotros… juntos.

Termina el himno, los guiones y banderines vuelven a sus lugares de honor junto a las Fuerzas que forman. Gloriosas Fuerzas cuyos guiones muestran orgullosos sus laureadas y medallas militares. Lo mejor de los mejores…

Nos recogen los vehículos que nos han de llevar al desfile. El buen humor y las fotos acompañan el tiempo de espera y calman nuestros nervios. Sí, he escrito nervios, los mismo que siempre han recorrido nuestro cuerpo cada vez que sabíamos que íbamos a desfilar ante nuestro pueblo, ante nuestra gente…

Apenas encaramos el principio de la Avenida y suena la Marcha de los Voluntarios. Se me eriza el pelo y no puedo dejar de recordarme como siendo un niño mis padres me llevaban a ver aquellos desfiles y como yo miraba admirado a aquellos valerosos soldados del uniforme garbanzo…

Por un momento, me pregunto si aquel niño que fui estaría orgulloso de verme ahora allí, uno de ellos… La respuesta me la da mi pueblo aplaudiendo y vitoreando generosamente a estos viejos soldados. El guion de la Hermandad, rinde honores, como el más aguerrido, a su paso por la tribuna …

Nosotros, una vez más, gritamos al final del desfile:

¡¡ Así son los Regulares !!