domingo, 9 de septiembre de 2018

REFLEXIONES DESDE UN PARQUE ( I )


“...hay un parque aquí en mi barrio
que esto no es parque ni es na…
con unos bancos cansados
de ayudar a descansar...”
(Victor y Diego)

   Si me pongo a recordar, los parques han tenido una influencia decisiva en mi vida llenándola de recuerdos imborrables. Ahora, llegada la vejez, también resultan lugares muy interesantes, pues sentados en un banco se recuerdan con más claridad las cosas, se respira mejor la vida que nos queda y se valoran las cosas con más objetividad. 

   Andaba, pues, un servidor sentado en el Parque Forestal la otra tarde cuando mi mente, sin querer queriendo, se me fue de paseo a aquellos parques de mi infancia.

   Ya desde muy pequeño mi mundo se llenaba de magia en aquel Parque Hernández tan diferente al de ahora. Sus suelos eran de tierra muy parecida al albero que cuando llovía llenaba aún mas si cabe de fragancia el lugar aunque sus charcos dejaran nuestros zapatos domingueros de charol para el arrastre. Había pequeños rincones misteriosos donde mi imaginación infantil aprendió a echar alas. Recuerdo aquellas fuentes pequeñas, aquel reloj solar, el estanque de los patos, la pista de patinaje donde ya mocito eché no pocos bailes, …  y aquellos caminos laberínticos rodeados por parterres de flores. Cómo no, aquellos árboles que Don Venancio Hernández hizo traer de los lugares más exóticos… y los cedros de Ketama, inmensos como dioses míticos...

   Y luego estaban las personas…, personas sin cuya presencia el Parque nunca hubiera sido lo que fue. Con cuanto cariño recuerdo a Esteban “el fotógrafo”, con su máquina de fotos de madera y su caballito; si tuviera que poner cara a la amabilidad, educación y respeto sería la cara de Esteban con una sonrisa con la que siempre ocultaba su sufrimiento en aquella maldita guerra donde perdió su brazo. Era increíble como con un solo brazo Esteban manejaba aquella máquina y revelaba las fotos. Raro fue el niño de la época que no guarda aun hoy día en una foto en blanco y negro sus “galopadas” en aquel caballito; tampoco faltaban las clases de tropa que inmortalizaban su presencia en África. También estaba Manolo, el guarda del parque infantil, otro hombre marcado por la guerra, siempre tan cercano a los niños, siempre con la anécdota o el chistecillo en la boca, … cuantas sonrisas regaló Manolo, cuantas veces sus palabras curaron nuestras rodillas heridas, … Y luego estaban los carrillos, aquellos humildes carrillos de madera donde tantas horas pasé comprando, vendiendo y, sobre todo, leyendo. Y es que dos de aquellos carrillos eran de mi abuelo Paco y de mi tío Pepe. No pocas horas eché allí, unas veces porque me ponía a leer los tebeos que allí se vendían, otras porque acompañaba a mi madre mientras sustituía a mi abuelo o mi tío, otras, ya más mayor, porque el que los sustituía era yo. Una vida dura con frío, con calor, sin festivos ni vacaciones alguna, … sólo ahora comprendo la grandeza de mi abuelo Paco y mi tío Pepe capaces de aquellos enormes sacrificios “...para llevar algo de comer a la casa...”. También estaba el carrillo de Emilio,  que era el que más y mejores revistas y tebeos tenía, pero cuyo trato a los chicos a veces era temible. Para terminar, en los veranos veíamos los carrillos con ruedas de la familia Payá vendiendo aquellos polos que nos dejaban los labios y lengua marcados … y que en su palo a veces llevaban ¡ un premio !  En aquel Parque tuve también grandes amigos: Carlos, Momy, Elías, … Y con sus familias vivimos no pocos  momentos trágicos, como aquellos terremotos, uno de los cuales asoló Agadir, que nos obligaron a pasar noches enteras durmiendo dentro del Parque; aún cada vez que paso junto a la puerta principal y veo las dos hornacinas bajo los bustos de Guzmán el Bueno, me vienen a la memoria las veces que allí dormí o, ya en tiempos más calmados, jugué. Y por si algo pasaba, o alguno cría poder pasarse de madre, estaban aquellos guardaparques con sus uniformes grises y su porra que muchas veces cogieron … pero pocas usaron porque  no hacía falta; no pocas veces corrí de ellos  tras tirar piedras a las palmeras para comernos sus dátiles pues hasta ahí llegaban  nuestras inocentes travesuras.

   Muy pronto vendrían los destrozos “civilizados” de unas ferias que por poco acaban con un Parque tan bonito y entrañable. Pero eso es otra historia aunque poco bastó para que lo lograran...

   Ahora el Parque es otra cosa, se ha asfaltado, se han embellecido y delimitado los jardines, se han puesto algunas coquetas fuentes – que no sé por qué no funcionan- y se han enlosetado sus suelos acabando con aquellos viejos rincones románticos; ahora apenas si se ven parejas paseando y sus bancos, antes llenos de chicas y chicos que comenzaban a relacionarse – no pocos noviazgos y matrimonios se iniciaron bajo sus palmeras – yacen vacíos de juventud y miradas románticas; ahora no se ven ya los vistosos uniformes en aquellos grupos de soldados con acentos de todas las regiones de España; ... ;  ahora más que otra cosa se ven madres que se ponen a charlar llenando el suelo con las cáscaras de las pipas que se comen - ¿cómo se pueden comer tantas pipas? - mientras sus hijos se dedican a destrozar jardines, flores y plantas; ahora se ven a individuos con mala catadura observando todo lo que pasa, esperando una oportunidad para no hacer nada bueno; ahora apenas se ven ya aquellas palomas azules o blancas y si unas tórtolas africanas que las están sustituyendo. Ahora faltan las personas...

   Ahora,   … no sé como decirlo, … ya no parece un parque… aunque por mucho que se empeñen seguirá, para muchos de nosotros, siendo EL PARQUE y aún sentado en sus bancos se puede echar, si te dejan, un rato agradable.